Haz de luz · félixalbo

Nos habían llevado a una sala enorme. Era rectangular, con un alto zócalo de tableros anchos de madera que ocultaba unos muros de grandes sillares de piedra. Como cubierta, había una bóveda inmensa y repletita de vidrieras de colores que tintaban la luz que nos caía. El suelo era de grandes losas de piedra blanca, con manchones de color lavado. Nos provocó una sensación muy agradable. La sala, tibia. quedaba alistada entre luces y alguna densa sombra.

El mínimo ruido reverberaba por todo el espacio. El silencio tenía su propio eco. Parecía que hasta la luz tuviera voz. Y de repente, desde una de las columnas de sombra, apareció un hombre pequeño y alargado, delgado, de piel morena y barba estirada; vestido con una especie de túnica que le caía hasta los pies. Descalzo.

Sentaos -nos dijo, sin casi mirarnos y haciendo un leve gesto con las manos invitándonos a colocarnos en círculo.
Nos sentamos en el suelo. Él, dejó caer sus nalgas hasta sus talones y de dispuso a desmenuzar unas hierbecillas secas sobre la palma de su mano izquierda, para luego liarlas sobre un papelillo fino y amarillento, con alguna letra impresa.

Esta es nuestra Biblioteca Esencial -nos dijo. Su voz era profunda. Tenía un tono serio y cercano. Rozaba sin rubor la sensualidad; nos captó enseguida.

Aquí se guardan las historias de todas las personas que han habitado en Islababel. Todas sin excepción. 

Es una biblioteca tan antigua -continuó mientras terminaba su cigarrillo- que está hecha de voz y luz.

Rasgó una cerilla contra la piedra y prendió fuego a su cigarrillo, que había colocado en la boca. Con dos frases y este gesto, había generado una burbuja en la que parecía que la iluminación le caía expresamente para provocar una gran expectación.

Lo había conseguido: contemplamos hipnotizados cómo daba una calada profunda con sus ojos cerrados, llevando su rostro hacia arriba, manteniendo un equilibrio oscilante sobre sus pies planos sobre el suelo.

Abrió los ojos mirándonos y sonriendo a la vez, para entonces soplar con suavidad sobre el hueco circular que formaba nuestro corro, mientras con las manos fue como acompañando. El humo, fue acomodándose sobre el suelo formando una nube en movimiento de unos dos palmos de grosor…

Entonces sucedió algo realmente sorprendente: los haces de luces de colores fueron pintando el humo dando forma y vida a un chaval rubio, una señora oronda y simpática, y un señor también voluptuoso con desorden pero con rasgos agradables. Estaban entre un campo trabajado en que crecían unas espigas, y una casa tras un árbol enorme y elegante. Un día soleado, con un par de gavilanes que surcaban un cielo salpicado por motas de nube. Todo se mecía al ritmo del humo. Estaba y no. Era como un agua, un alma casi; no sabría explicar, pero nos tenía con los ojos bien abiertos y un silencio con ganas de más.

Os voy a contar la historia de El primer magnolio -nos dijo. Y a partir de ahí, pura magia.

Pura magia.

#lunesdeperita · cada semana una nueva historia rondando a una palabra concreta. A la deriva, sin más intención que jugar y dejarnos mecer por el viento.

¿qué es esto de los #lunesdeperita?.